jueves, 23 de junio de 2011

Las Desventuras del Zonaja:El plástico que mató a Cupido


Desafortunadamente descubrí los juguetes sexuales masculinos tarde en la vida y es que, de haber sabido que con dos o tres artilugios made in Japan podía hacer llorar a Dios, me hubiera ahorrado muchas herejías.
Esto viene a cuento no porque quiera presumir las ventajas del plástico sobre el contacto carnal porque la verdad es que una contracción plástica no va a igualar nunca la experiencia de un buen encuentro de entrepiernas por mas que se sangolotie un armatoste; viene a cuento porque por una de esas cosas que te pasan mientras vas camino a otra, alguien me dejo pensando sobre todas las pendejadas que hacemos cuando el sexo se vuelve más que sexo y menos que sépimo (y si escribí bien: sépimo).
¿O qué? ¿Me van a decir que todos han logrado mantener su vida sexual al margen de su vida sentimental y su vida sentimental lejos del espinoso trance que implica caer en cuenta que el objeto del deseo es más oscuro que una elucubración de Buñuel?
No puedo presumir de tener un conocimiento adecuado de las implicaciones que el erotismo tiene en el desarrollo de la persona porque esos enjuagues desaguan en cloacas ajenas para  las entidades de mi calaña, pero como todo individuo, la experiencia, tan exigua como pudiera ser, me ha indicado que toooodo el desmadre sentimental se da porque en  principio  hay una necesidad que se satisface con el otro y... De ahí pal real.
A veces, la comodidad de tener a alguien con quien satisfacer la mentada necesidad se confunde con ese perro infernal al que los poetas deliberada y felizmente alimentan sus entrañas, a veces el panorama es todavía más sombrío y literalmente hay consumo de carne de borrico, pero otras veces - igual las menos - la necesidad evoluciona para dar paso a algo que es mucho más profundo y satisfactorio que el acto de sacar fluidos o rascarse una comezón que no se quita por el acto de nuestras propias uñas.
El hueco que se llena con la forma del otro, se ve transformado como si lo hubieran arrojado a una licuadora y el contorno de la ausencia queda como una obra abstracta que no implica ya ni la carnes ni  la presencia del otro, sino sólo su felicidad (como cada quien la entienda porque es una obra abstracta).
La madre que en un principio era feliz por la presencia de su hija, es feliz al verla "bien casada". No porque la muy cabrona haya sido mas ojete que consoldaror vietnamita con balloneta incluida, sino porque la ve feliz con el nuevo yerno... La chica de multiples fiestas se da cuenta de que sólo le importa el bienestar de uno de los plomeros que le dan mantenimiento a sus tuberías; El sujeto que duerme en 365 hoteles al año se da cuenta que sólo hay una cama en la que en realidad quisiera pasar el año.
Empieza a valernos madre la habilidad del amante para hacer la suerte del Chac-Mool en el petate y mas que buscar la satisfacción propia en ésa arena, terminamos buscando la de nuestro compañero de sudores.
Surge el imperativo de ser feliz haciendo feliz al otro.
Si la evolución de la necesidad se ha dado en las dos esquinas, el sexo se vuelve maravilloso porque los implicados sólo tienen por objeto el hacer gozar al de junto y pus así... ¡Hasta las muelas se aflojan, como de que no!
El sistema tiende a funcionar maravillosamente hasta que cualquiera de las dos premisas en el imperativo fallan y uno deja de estar feliz haciendo la felicidad del otro y/o  el otro deja de ser feliz independientemente de las acciones de uno. 
Si la primera premisa se jode y "uno deja de ser feliz haciendo feliz al otro" se pensaría que lo lógico sería que "el uno" dejara de hacerse pendejo y caminara lejos del otro, pero como somos los segundos animales menos lógicos de la creación, normalmente hacemos lo contrario hasta que la patología genere chorrillo, úlcera y cáncer, nos desapendejemos o  la mortaja parezca un dulce alivio.
Por otra parte si es la segunda premisa la que se desmadra y es imposible que "el uno" haga feliz "al otro"  (aunque "el uno" siga feliz)... Pues tarde o temprano "el otro" también se verá en la perspectiva de darse a la graciosa huída o adorar a la Santa muerte  para que se cargue a alguno de los dos con la esperanza de que no terminen en el mismo cuarto del infierno.
Ahora, yo no tengo nada en contra de los adoradores de la Santa Muerte o de los que en un acto de cruenta lucidez terminan por cargarse a la vieja que los martirizó por quien sabe cuantos años, pero neta... ¿Qué necesidad?
Se separa uno, se compra un juguetito y ya.
Con las vueltas que da la vida, seguro en poco tiempo habrá un "otro" que tenga necesidad de uno... O que no haya descubierto las maravillas mecánicas del siglo XX1.